domingo, 23 de mayo de 2010

Cuatro generaciones al barrio chino

Sábado de sol.
Mi madre pasa a buscarnos a mí hija y a mí para almorzar en el barrio chino.
Pasamos también a buscar a mi abuela.
Las cuatro generaciones en el auto, al barrio chino.

Me siento tranquila, es un lindo día, me siento cómoda, hacía tiempo que no me sentía tan tranquila y cómoda…

Los sentidos de las calles están todos cambiados, cuando creemos haber llegado a esa calle que desemboca en la avenida, zás, de pronto es contramano y volvemos a recular y a dar vueltas.

Qué placer sentirme tan tranquila, las sensaciones son tibias y eso me da la posibilidad de ocuparme de mí y de todo lo demás desde un lugar de amor mucho más saludable y efectivo. Sin exigencias o compromisos, quizás pudiendo verdaderamente utilizar mi cabeza para algo más que estructuras, control y organización. O quizás simplemente para no usarla en absoluto.

Mi abuela desde el asiento de atrás, va maravillada circulando por calles que vivió toda su vida al derecho, y ahora a sus ochenta y pico vive al revés.
Felicita a Macri.
Mi madre lo putea.
Mi hija protesta porque tiene hambre, porque está cansada, porque se le cae el pelo en los ojos, porque no va adelante conmigo, porque… Es tarde y se está haciendo cada vez más tarde, porque las calles están todas al revés.

Yo voy imaginándome mi vida, fantaseando con mis posibilidades, con la relación con mi familia, convenciéndome de mi creatividad. Sintiendo la necesidad de hacer, dar y generar.

Todas tenemos gatos, antes de llegar al barrio chino tenemos que pasar por la veterinaria a comprarles comida.

Me gusta el barrio chino, hoy me gustan todos los barrios, pero el barrio chino me gusta especialmente. Cada vez que voy veo lo mismo y todas las veces me sorprende lo mismo, me funciona y es un lindo sábado de sol.

Después de felicitaciones, puteadas, protestas y bocinazos, llegamos a la veterinaria.
Las tres generaciones me esperan en el auto.
Entro a la veterinaria.
Hay perros, gatos, gente, gente y gente.

Espero y mientras, pienso en voluntariados en M.A.P.A. En volver a limpiar jaulas de gatos con rinotraqueitis, sarna o tiña, afeitar patas para pasar vías.

Van llamando a los animales al consultorio.

Espero y mientras, me meto en la conversación de una chica que rescató a una perrita la semana pasada y la trajo para vacunar.

Se vende un shampoo anti pulgas.

Espero y comento, que una vez encontré una perrita parecida, golpeada y asustada debajo del tobogán de una plaza y la llevé a mi casa, la curé y terminó en lo de mi tío.

Finalmente me dan las bolsas, pago mucho y salgo con comida para gatos por un total de 10 kilos aproximadamente, separados en dos bolsas.
Dejo una de las bolsas apoyada en la vereda para poder abrir la puerta del auto, pongo la bolsa que todavía tengo en la mano en el piso del asiento del acompañante, levanto la que dejé en la vereda y la apoyo al lado de la anterior.
Ya con las bolsas dentro, me siento, cierro la puerta del auto y el señor con las manos en el volante me mira.
Bueno, no es mi mamá, me subí a otro auto.
Grito, pido disculpas, me río, el señor no dice nada, se agarra fuerte al volante, creo que está asustado.
Mientras le pregunto si vio otro auto que me pudiera estar esperando, voy agarrando las bolsas.
Dice que no sabe, pero todo sin despegar las manos del volante y ligeramente ladeado contra la puerta.
Le pido disculpas mientras me río y voy saliendo del auto, lo saludo a través del parabrisas con un movimiento de cabeza, porque las manos las tengo ocupadas, sigue agarrado al volante pero casi podría decir que sonríe.

No encuentro el auto de mi mamá, pero mientras lo busco pienso en lo liviano que se siente todo.
Tengo todas las posibilidades.