Ella tiene una pesadilla recurrente, que la atormenta desde hace más de 60 años.
Una tropilla de caballos la persigue, la acosa, la está por alcanzar, ella corre, corre, pero son muy veloces, ella mira hacia atrás y tropieza, los caballos se acercan cada vez mas rápido, son cada vez más grandes, están cada vez más cerca, ella está tendida boca arriba sobre la maleza, los caballos están por alcanzarla y se despierta!
Ella se seca el sudor con un pañuelito bordado en forma de triángulo que siempre deja sobre la mesita de luz, ya son las 5:30.
Se levanta y deshace la cama, separa las sábanas del colchón y las deja listas para llevarlas a lavar.
Después de asearse lleva las sábanas al lavadero.
A mano y con jabón blanco, las pasa varias veces por la tabla, las friega, las enjuaga, las vuelve a fregar, a enjuagar y las retuerce con fuerza, las sacude y las tiende al sol, como cada mañana.
Arrastrando los pies sobre los patines de gamuza se desliza por toda la casa, organizando, limpiando, acomodando sin emitir un sonido, sin provocar un ruido.
Llega a misa de siete puntual, no pide nada, sólo sufre, por lo que corresponde, por ella, por los demás y por las dudas.
Ella nunca gritó, nunca corrió, nunca desperdició, nunca se excedió, ni coqueteó, ni derrochó, o aprovechó, no conoce lujos, ni placeres.
Ella camina con sus mocasines con suela de goma, de vuelta a casa.
Ella cree en la penitencia, el ostracismo, la obediencia, la conducta y el sacrificio.
Ella amamantó a su hijo sólo cada cuatro horas durante diez minutos cada vez, tal como el Doctor le recomendó, y lo oyó gritar de hambre durante meses.
No le festejó nunca un cumpleaños, nunca le permitió jugar al futbol, ni que se ensuciara las rodillas o sudara.
Los juguetes desordenan, los festejos arruinan la casa, las amistades son ruidosas.
Ella crió un hijo, y yo tuve la suerte de que ese hijo no me criara.
Por eso no necesito mentir para sobrevivir.